viernes, 28 de septiembre de 2012


El sueño de Vertumno.




Entraba en cada verso como las abejas en sus celdas hexagonales, espacio y tiempo eran aprovechados para resistir la máxima tensión en la superficie del universo blanco
Esperando a su hacedor, disolviéndose en las redes fonéticas, acercándose a las rimas por la semántica del amor gris y tendencioso del vetusto otoño.
Los latidos de su corazón golpeaban parsimoniosos en la almohada, testimonio de soledades-incitaciones a la nada de sus sueños:
¿Puedo abrazarte?
Abre tus brazos y háblame, tan solo quiero
Palparte con mis versos
Tardíos del otoño
De tus días.














Morder el tiempo.


Las cenizas se pierden en el laberinto del animal mágico,
Del fuego del pensamiento vencido,
Crepitan los maderos que recogí en mi último naufragio,
Tan sólo soy un resto más a la deriva,  en los abisales y procelosos mares de la insatisfacción.
Siento en mi paladar el mal gusto de la palabra fracaso,


De vocación indigesta.
¿En qué llama se prenderán mis miedos
Y pasarán a ser cenizas del pasado?

























El espíritu de la materia.



Dejo mi voluntad en manos de la esperanza,
Anhelo el espíritu inexistente de las cosas materiales,
y las preguntas siguen surgiendo de mis dudas,
mis dudas brotan de mi vértigo,
mi vértigo nace de mi alma
que se ahoga en un llanto estéril.

Mi mirada lucha para atisbar
Desde mi isla,  el barco esperanza.
































Cronología de la esperanza.


Espacio roto, tiempo inquebrantable. 
Testigos que van cayendo en el camino
Tortuoso de la vida.
Descubro mi mirada ingenua del pasado
En la melancolía de tus tristes ojos defraudados
Por la realidad de mis excesos.
Mi llanto primitivo y cavernoso
Evoca la copa que calme mi sed.
Sed de esperanza.
Dame la mano y acompáñame
Por el camino cierto y seguro.
Aunque nos equivoquemos.



































Canto al desencanto.


Emerge de mis entrañas
Mi canto al desencanto.
Pero esto no es un canto.
Esto son las palabras
que quisiera decir
para redimir mi desconcierto,
mi confusión, mi dolor arraigado
en el humus de mi sed.
Quiero ser cercano y no un náufrago
En la isla de tus abrazos.
Cálido, ofreciéndote el lenguaje
Íntimo de mi piel.
Desnudarme de posturas
Histriónicas y ofrecerte
Mi verdad,
aunque no sea la tuya…























Aire fresco.



Anhelo los días precisos de luz,
Donde el sol refrescaba mis emociones
Y la tierra olía a pertenencia,
Después de un arrebato inesperado
Del cielo.
Telúricos e inadvertidos hilos
Me arrastraban hacia
la naturaleza de mis días
de aparente felicidad.
Me clausuraba en mí,
me adentraba en mis sentidos
y abría la ventana donde
entraba el aire fresco
del recuerdo.
El aire incólume
Hinchaba mi pecho
De sentimientos
.




Volcán

Las palabras por si solas no consiguen la redención del alma. Sugiero una respuesta de los sentidos ofuscados buscando realidades desorientadas.
Es preciso leer la Tierra, o mas bien escucharla, mejor aún sentirla en sus adentros, en sus lamentos de sabia, en su lenguaje primitivo de telúricos vaivenes.

 La Memoria del Tacto

Las caricias contienen en su esencia lo animal y lo humano, esta convivencia nos recuerda que en definitiva, no somos otra cosa que piel, la consciencia de que somos materia. Paradójicamente en lo externo, en cada poro que cubre nuestra epidermis se encuentra lo más profundo de nosotros.
Por que las caricias trascienden en un lenguaje íntimo, revelador, donde la comunicación tiene un viaje de ida y vuelta. Gratitud, ternura, protección, incluso sanación, y por supuesto el amor se escriben en la página desnuda de la piel.
Que quedan archivados para siempre en la memoria del Tacto