domingo, 17 de abril de 2011

Papeles secretos de León Nardo Gris.


Futuro Celeste

 Llegó el día tan esperado, Celeste se dio de bruces con la luz de la vida y recibió al mundo con un estruendoso llanto. Venía de un universo de aguas que la guareció durante nueve meses, y por fin, la madre la tenía sobre el pecho amamantándola con los  latidos de su corazón.

Ves la mañana limpia y clara, Ricardo – se apresuró a decir Lucía.
Si mujer, el día  está homenajeando a nuestra hija  - replicó Ricardo.
A veces – continuó hablando ella – se producen momentos mágicos, un día “cielo” para el nacimiento de nuestra hija Celeste, sin premeditación, sin alevosía, y por supuesto sin nocturnidad.


Queda tan lejos en la memoria todo lo que les sucedió hasta llegar a este momento tan especial, que parece que hayan pasado años, y sin embargo en la medida de los días, tan solo son los nueve meses de embarazo que Lucía “padeció”, los que limitan la realidad.
En este periodo de tiempo, la pareja tuvo que salir apresuradamente del pueblo, la   relación entre Ricardo y Lucía era clandestina; y el estado de buena esperanza de ella desvelaba  justo esa relación secreta, haciéndose pública y evidente.
 Más aún, ante los ojos del marido de Lucía, que por otra parte, de todos era conocida su esterilidad.

Y allí estaba ella, en aquella vieja sala de hospital contemplando su reciente criatura con sus ojos de luna vieja, acariciando el poco pelo que tenía Celeste, con sus manos pequeñas y trabajadas en la dureza del campo. Y mientras miraba a su hija rememoraba el día que salió a pasearse por los campos de trigo que hay alrededor del pueblo, se empapó de los aromas que venían desde el horizonte, perfumes de tierra vieja que a través de los sentidos le trajeron la respuesta clara y contundente, Así, que al día siguiente abandonó a su marido y se fue a la ciudad con su amante para empezar una nueva vida llena de Celeste.


Compañera Soledad.


En cuanto salí de aquel lugar, dejé de pensar en las lágrimas que acababa de derramar. Inmediatamente puse mi mente  en la tarea de buscar algo de comer. La noche anterior estuve de bares, me puse hasta los topes de alcohol, tanto que acabé bailando y cantando en un conocido karaoke de la zona de bares. Me levanté con una espantosa resaca que me quitó las ganas de cocinar, aunque hice un pequeño intento. Desperté saludando al día con una incipiente desidia, viendo el panorama mi alma transitaba entre la melancolía y el abandono y sin remisión lloré. Fue la huída perfecta al desasosiego que me invadía, nunca supe esconder el llanto. De repente descubrí el porqué de mi estado de ánimo, al recordar quién subió conmigo hasta mi apartamento. Apareció en mi portal con su trasnochada figura, en seguida pensé que venía a pedirme perdón después de tanto tiempo- casi la había sacado de la memoria – lo que me hizo reír a carcajada limpia. Ella mi vieja amante que venía de un lugar llamado Olvido donde se tejen sueños en blanco y negro, se enfadó por mi histriónica risa, aún así me acompañó hasta el rellano de mi piso, y yo sin dejar de reírme. Y su enfado iba en aumento, lo que no le impidió insinuarse y coquetear conmigo haciendo un esfuerzo sobrenatural.
Cuando me cogió por la cintura y acercó sus labios a los míos, dejé de reír bruscamente y con una mirada inquisitoria la obligué a que se despidiera.
Y en mis adentros me dije: hasta nunca, mi vieja amante soledad.
Aunque hoy mi alma aún se resentía a pesar de que esta vez no hice el amor con ella. Mi ánimo era una hoja de árbol caduca, arrancada por el sutil viento del otoño de mis días, y en ese ligero vuelo hacia el suelo, esperando encontrar compañía, a pesar de la caída.


No estoy solo.



Entras en la cocina, dispuesto a prepararte una suculenta cena, al mismo tiempo que le vas dando vueltas a los últimos acontecimientos de tu vida.

Estoy embarazada – me soltó a modo de vaso de agua fría.
¿Cómo? Es imposible – grité lleno de ira y sorpresa a la vez.
Me voy a la ciudad, te dejo, no aguanto más esta farsa – espetó Lucía sin apenas alzar la voz, como queriendo apaciguar mis iracundos ánimos, pero sin olvidarse que debía mostrarse dura y convincente.

Abres la nevera, de una mirada examinas el contenido de la verdura y decides hacerte una ensalada refrigerante, mientras en la sartén tienes a fuego vivo un excelente chuletón de buey, para que quede sangrante y jugoso en su interior; rustido y crujiente  por el exterior. Pones en un bol lechuga, tomates, pepinos y un poquito de maíz dulce.


¿Es qué no me vas a decir quién es el padre del bastardo que llevas en tu vientre?
- los dos sabíamos que yo era estéril y que no podía ser el padre -
Ella calló, no dijo nada y se hizo un tenso silencio que me ayudó a entender la realidad de la situación: me iba a quedar solo.


Aliñas la ensalada con un generoso chorro de aceite de oliva, una pizca de sal, un ligero toque de vinagre, y por último unas hojas de hierbabuena bien picaditas. Preparas la mesa, servilletas, cubiertos, un vaso y una botella de vino de crianza. Te sientas, te sirves la ensalada, y de repente te das cuenta que no te acostumbras a estar solo. También se te olvidó algo. Abres el cajón del pan ¿y qué te encuentras? ¡Otra vez la vecina ¡ Esa asquerosa cucaracha que vive en algún agujero de tu casa, que se cuela en el recipiente del pan para comerse las migajas.
Ya es triste que una horripilante cucaracha  que ejerce de accidental vecina, tenga que aliviar tu soledad, aunque sea con una descortés visita a tu cajón del pan.